miércoles, 15 de julio de 2009

Discurso de Rafael Correa en la Asamblea Extraodinaria de la ONU

Este discurso, copiado íntegramente de Insurgente, es para enmarcar y recordar: es largo pero no tiene desperdicio. Ojalá lo hubiera pronunciado mi presidente.

Red justicia fiscal/ inSurGente.- Casi ignorada por la gran prensa y los medios internacionales de comunicación, durante los días 24-26 junio 2009 ha tenido lugar una Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Crisis financiera y económica y su impacto sobre el desarrollo. Por sus interesantes propuestas y su solvencia intelectual, ofrecemos aquí el texto del discurso de Rafael Correa, presidente de la Ecuador, que entre otras afirmaciones sostiene que “Nos encontramos frente a una crisis que no es como las que recurrentemente provoca el capitalismo. Se la ha querido comparar con la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, pero es mucho más: el cambio climático ligado a la crisis energética global y los graves riesgos de una crisis alimentaria de alcance mundial, nos sitúan frente a un auténtico problema civilizatorio. Pero frente a esa crisis propone soluciones, partiendo de la idea de que “La noción ortodoxa de estabilidad macroeconómica y el propio rol del Estado neoliberal, se han mostrado obsoletos en menos de un año y en medio de la crisis. Tenemos la responsabilidad histórica de buscar el resurgimiento de nuestros pueblos, de marchar con nuestras propias fuerzas, comenzando por redefinir el sistema financiero global, liberándonos de los chantajes a los que nos han sometido los países ricos.”

Rafael Correa, Presidente de Ecuador en la Asamblea extraordinaria de la ONU


Señor Presidente de la Asamblea General y apreciado amigo,
Señoras y señores Jefes de Estado y de Gobierno,
Señoras y señores Ministros,

Señoras y señores Jefes de Delegación,

Señoras y Señores
:

En la Carta del Atlántico, que sirvió de base para la Declaración de las Naciones Unidas, Roosevelt y Churchill afirmaron que “después de la destrucción final de la tiranía nazi, esperan que se establezca una paz que permita a todas las naciones vivir seguras dentro de sus propias fronteras y que garantice que todas las personas de todos los países puedan desarrollar sus vidas libres del miedo y de la miseria”.

Sin embargo tras varias décadas de existencia de las Naciones Unidas, se ha vuelto evidente la falta de convicción, voluntad y generosidad política, la carencia de un proyecto humanista, de equidad y solidaridad; la preponderancia del egoísmo y utilitarismo del sistema capitalista.

Quienes asumimos nuestra condición de ser ciudadanos del mundo no podemos entender esquemas que siempre terminan avasallando a los más pobres, esquemas que incluso contradicen sus propios postulados. ¿Cómo entender una pretendida globalización que no busca crear ciudadanos del mundo, sino tan solo consumidores, que no busca crear una sociedad global sino tan solo un mercado global, que busca cada día mayor movilidad para capitales y mercancías, pero criminaliza la movilidad de los seres humanos? ¿Tiene todo esto algún sentido?

Una especie de clan de los poderosos, que se ufana del respeto y la igualdad, pero que usó para sus fines a los propios organismos internacionales, y jamás trató a los otros con equidad. No hablamos de tolerancia, porque la misma se deriva de la dominación, sino de esas palabras que en todas las religiones y culturas han sido la fuente de toda lucha, de toda aspiración: la justicia
y la igualdad.

Sin embargo, la igualdad fue manoseada, utilizada desde la retórica o vilipendiada desde el poder, como ya lo decía el poeta Juan Ramón Jiménez al escribir:
Lo querían matar

los iguales,
porque era distinto.

Entonces, estamos precisamente aquí los distintos, y hemos venido ante el G-192, a demandar democracia y a subrayar el otro mundo posible, el otro mundo urgente que requerimos, el mundo de la paz y la justicia, que se construye a través del respeto a la soberanía de los pueblos y al equilibrio entre seres humanos, países, naciones, pueblos y continentes.

Estamos aquí los distintos, y llegamos desde todos los rincones: están los hermanos africanos, que han superado la opresión vergonzosa del apartheid, pero que continuan con la lacra de la inequidad, del desdén y la indiferencia. Si los tambores, la magia y la insobornable lucha rompieron maleficios y temores, hoy el mundo entero debe sanar las heridas del pueblo africano, y como diría Nelson Mandela, “Que haya paz para todos. Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos”.

Están aquí los pueblos de Oriente, milenarios y sabios, pero ocultos para nosotros, porque la repartición del planeta los escondió de nuestra mirada, seguramente porque habríamos descubierto mucho antes la vida consagrada a la paz, o aquella sentencia de Confucio: “Con los corruptos no se puede hacer nada. Es como intentar construir en un pantano”.

Están aquí musulmanes de diverso origen, pero unidos y enraizados religiosa y humanamente, aunque cierto Occidente, con su potestad de cacique, haya evitado nuestra hermandad de prójimos.

Están aquí representadas civilizaciones milenarias, culturas construidas con el talento, la necesidad, la pluralidad, y ejemplo vivo de ello es el pueblo palestino, con su arena huidiza, su memoria y sus mártires.


Los distintos llegamos también desde América Latina, continente postergado y humillado, pero hoy más que nunca, insurgente y rebelde, consciente de su responsabilidad histórica. De América Latina llegó a este mismo foro, hace casi 45 años, el 11 de diciembre de 1964, el Comandante Ernesto "Ché" Guevara para decirle al mundo: “Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia”.


Los distintos, los explotados y vilipendiados, que somos la inmensa mayoría, exigimos transparencia y verdad a la hora de develar quienes originaron la crisis de hoy, quienes expoliaron a los pueblos, quienes se beneficiaron con sus políticas de ajuste, con sus deudas ilegítimas, golpes de Estado, subterfugios e ilegalidades institucionalizadas, como el Consenso de Washington, paradójico y cínico acuerdo, realizado a espaldas de pueblos y gobiernos y circunscrito a los cónclaves del poder dominante y colonialista. Vamos a hablar entonces de temas que, al parecer, están ausentes en otros foros exclusivos y excluyentes como el G8 o el G20, ajenos a quienes se consideran iguales, porque nuestro manifiesto se basa en el respeto mutuo, la solidaridad, la justicia, la sustentabilidad ambiental y la preeminencia de los seres humanos sobre el capital.

Ha sido la constante trasgresión de estos principios lo que originó la crisis que aún se propaga amenazadora, con fuertes efectos destructivos en los países del Sur.

Luego del atentado del 11 de septiembre de 2001, EEUU decidió bajar al límite las tasas de interés para reactivar el consumo y la producción. Esta decisión, en un ambiente desregulado, exacerbó el crecimiento de los créditos subprime, o subpréstamos de segunda categoría de altísimo riesgo. En 2004 se optó por subir las tasas de interés para contrarrestar los brotes inflacionarios. Esta decisión no detuvo a los banqueros, que recurrieron a titularizar sus activos para tener más liquidez. Pero cuando creció la morosidad y se supo que los bancos más grandes tenían comprometidos buena parte de sus activos en subprime, se desató el pánico. La desconfianza redujo la cantidad de dinero, se disparó la volatilidad y cayeron las bolsas de valores.

Todos lo sabemos: esta crisis se originó en los mercados financieros norteamericanos, pero ya no es solo financiera y ha sido contagiada a todo el mundo. El Sur que no ha tenido ninguna responsabilidad en la crisis, resulta ahora su víctima principal. Durante años, EEUU mantuvo gigantescos déficits comercial y fiscal, con la connivencia del Fondo Monetario Internacional. Cualquier otro país hubiera sido obligado a devaluar y a “corregir” sus desequilibrios.

Pero en este caso, la doble moral que ha imperado en la gobernanza del FMI le hizo optar por una complicidad que nos ha conducido al desquiciamiento del capitalismo. Y ahora el G-20 pretende que se lo recapitalice sin más, ¡sin ni siquiera mover una silla de su directorio!

La debacle financiera mundial es apenas un síntoma de la crisis de un sistema que privilegió la economía especulativo-financiera sobre la economía real -que es donde realmente se genera bienes y servicios para satisfacer las necesidades de los seres humanos-. Ojalá nunca olvidemos esto: la Economía es una ciencia de variables reales, básicamente capacidad de producción, que
a su vez depende de la disponibilidad, asignación y eficiencia en el uso de recursos productivos.

En los últimos años todo se desquició, y se pretendió que el dinero genere por sí mismo más dinero. Durante el primer trimestre de 2009, la economía estadounidense cayó 6,1% anual y su inversión se redujo 38%. En 2009 Japón espera una recesión de 3,1% y la Eurozona prevé una caída del 4% del PIB. Como estos mercados demandan menos bienes producidos en América Latina y el Caribe, en este año podríamos perder entre 2,3 y 3,2 millones de empleos, según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo.

Desde octubre de 2007, se ha destinado inmensas sumas de dinero para “rescatar” al sector financiero privado. Se estima que solo en 2008 esos desembolsos sumaron unos nueve billones de dólares (un 9 con 12 ceros para los latinos), sin mecanismos de veeduría y control, y sin que se sepa con certeza dónde han ido a parar o cómo han sido utilizados. Algo debe estar funcionando mal, o al menos en forma incompleta, en este gigantesco rescate.

En este año que transcurre el PIB de América Latina y el Caribe decrecerá entre 1,5% y 2%. La Organización Mundial de Comercio estima que en el 2009 el comercio mundial se contraerá en un 9%, lo que supone la mayor contracción desde la Segunda Guerra Mundial. Y como siempre los poderosos recargan el mayor peso en los más vulnerables, las drásticas medidas en contra de nuestros migrantes, junto a la contracción de las actividades productivas en los países del Norte, provocarán una reducción de 5% en los envíos de remesas sin contrapartida.

Nos encontramos frente a una crisis que no es como las que recurrentemente provoca el capitalismo. Se la ha querido comparar con la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, pero es mucho más: el cambio climático ligado a la crisis energética global y los graves riesgos de una crisis alimentaria de alcance mundial, nos sitúan frente a un auténtico problema civilizatorio.

Debemos actuar de acuerdo a los retos que nos impone la historia. La gravedad de esta crisis requiere tratarla en el ámbito de las Naciones Unidas, organismo que agrupa a todos los gobiernos del Mundo y que debe enfrentar, por su propia credibilidad y vigencia, una transformación integral del orden económico mundial.

Reformar Bretton Woods sería un parche insuficiente; hace tiempo sus instituciones solo sirven para hacer marketing ideológico en beneficio del neoliberalismo y del “Consenso de Washington”. Si los mercados especulativos del núcleo capitalista son los responsables directos de esta crisis mundial, sería absurdo e irresponsable dejar que las soluciones sean planteadas, programadas y ejecutadas por el mismo sistema que las provocó.

Pero toda crisis también ofrece oportunidades y ésta no es la excepción. La noción ortodoxa de estabilidad macroeconómica y el propio rol del Estado neoliberal, se han mostrado obsoletos en menos de un año y en medio de la crisis. Tenemos la responsabilidad histórica de buscar el resurgimiento de nuestros pueblos, de marchar con nuestras propias fuerzas, comenzando por redefinir el sistema financiero global, liberándonos de los chantajes a los que nos han sometido los países ricos.

La acogida a los planteamientos ecuatorianos para una nueva arquitectura financiera regional y global por quienes conforman la Comisión de Expertos nombrada por el Presidente de la Asamblea General, presidida por el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, avala la pertinencia de la propuesta que deseo compartir con ustedes.

Proponemos, simultánea y paralelamente, conforme a las realidades políticas y económicas de cada región, profundizar la integración de espacios de soberanía monetario-financiera supranacionales, capaces de reducir los efectos perversos que sufren nuestras economías por su vinculación con el sistema financiero internacional.

Esta propuesta comenzó a fraguarse en foros regionales latinoamericanos como la Declaración de Quito de mayo de 2007, la Cumbre Unión Europea-América Latina de Lima de mayo de 2008 y la Cumbre Iberoamericana de San Salvador de octubre de 2008.

Estamos ya trabajando en nuestra región en crear un Banco de desarrollo para el Sur, capitalizado por los países de la región. Su objetivo será financiar proyectos de desarrollo, en especial multinacionales, para mejorar nuestra competitividad sistémica y la conectividad entre nuestros países, desde nuestras prioridades y dando espacio a las monedas locales y regionales. Ligado a esto, es necesario constituir un fondo de reservas común para América Latina. Esto evitaría que más de 200 mil millones de dólares de nuestros países sean depositados en bancos del Norte. Resulta paradójico que, en plena crisis, permitamos que nuestro dinero financie a los países ricos, a cambio de unos pocos dólares recibidos por intereses. Aquí una de las trampas heredadas de la larga y triste noche neoliberal. En la primera mitad de la década de los noventa, y basado en estudios que avergonzarían a un estudiante de primer año de Economía, el Banco Mundial impuso en toda Latinoamérica las autonomías de los Bancos Centrales. Estas burocracias, autónomas de sus países pero bastante dependientes de las burocracias internacionales, a su vez manejan nuestras reservas, y por supuestas prudencias las invierten en el primer mundo. Es decir, insisto, nuestro ahorro financiando a los ricos. Esta irracionalidad tiene que terminar, empezando porque los gobiernos vuelvan a tener el dominio de sus bancos centrales.

Si unimos nuestras reservas en un fondo común, el monto necesario para enfrentar contingencias y crisis regionales será menor, y el dinero sobrante serviría para capitalizar el Banco del Sur. Este fondo podría complementarse con un sistema de pagos regional, que sería el preámbulo de un banco central regional que nos daría más autonomía respecto de los circuitos financieros del Norte. En tercer lugar proponemos consolidar un sistema monetario común, que puede empezar como una divisa electrónica capaz de facilitar nuestros intercambios regionales. Tener un sistema de pagos regional electrónico puede hacerse de inmediato. Solo es cuestión de coordinación y decisión política.

En el seno de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), foro democrático al que mi país acaba de ingresar formalmente hace 24 horas, ya se ha adelantado significativamente en este propósito, pues está próximo a operar el Sistema Único de Compensación Regional (SUCRE). Sin embargo, en el mediano plazo, la idea es tener una moneda física regional. Debo señalar además que durante las negociaciones de esta Conferencia el Grupo de los 77 y China valoró y acogió estas iniciativas regionales como ejemplos concretos de cooperación financiera a nivel regional, que facilitará a los países miembros de la región atender de una manera alternativa sus eventuales problemas de balanza de pagos y promover el comercio entre ellos, al margen de la férula marcada por el dólar.

El sistema financiero internacional vigente nos obliga, contra toda justicia, a proveer financiamiento barato para el Norte y, al mismo tiempo, a buscar financiamiento caro en el Norte. Esto no puede continuar en el Siglo XXI. ¿Qué sentido tiene utilizar una moneda extra regional para nuestros intercambios, si con ello solo mantenemos nuestra dependencia y, además, pagamos señoreaje? Pero dado que la crisis avanza incontenible, ayudada por la pasividad del Fondo Monetario y del Banco Mundial, necesitamos medidas más urgentes.

No podemos incurrir en el error histórico de caer en una guerra de depreciaciones en la que perderá valor nuestra producción y, al final del día, solo se beneficiarán los países del Norte, que comprarán nuestros bienes a
precios más baratos. Requerimos, de inmediato, negociar un acuerdo monetario regional para coordinar nuestras políticas monetarias y evitar ahondar la crisis en nuestra región, en beneficio de terceros países. Esta propuesta se enmarca en un concepto más amplio que desafía al paradigma dominante: la competencia entre países pobres es un absurdo, y debemos ir hacia la cooperación e integración.

Concretar esto sólo depende de la decisión política de nuestros Estados y gobiernos. La coordinación monetaria regional puede tener varios niveles. El más acabado, insistimos, es contar con un instrumento monetario único, a la manera de la Unión Europea, pero sabemos que la heterogeneidad de visiones, de gobiernos y de estructuras productivas hace que esto sea poco probable, al menos en el corto plazo.

Sin embargo es perfectamente posible adoptar acuerdos para que las oscilaciones monetarias se realicen solo dentro de determinados márgenes o bandas cambiarias, que nos permitan predecir la evolución de las monedas de nuestros socios comerciales, evitar una guerra de devaluaciones y calmar a los mercados financieros. Esto contrarrestará, al mismo tiempo, la incertidumbre provocada por los países que supuestamente daban el ejemplo de institucionalidad y buenas políticas.

Parchear el sistema de Bretton Woods, que no controlamos, no tiene sentido para los países del Sur. Esta es nuestra oportunidad para consolidar una presencia y un poder de deliberación y de una mayor decisión en el concierto internacional para, por fin, ser dueños de nuestros propios destinos. Pero este objetivo será imposible sin que contemos con nuestras propias arquitecturas financieras internacionales.

La estructura que estamos promoviendo para América Latina puede perfectamente, replicarse en otras regiones del mundo, desde otras condiciones y prioridades.
Todos tenemos las condiciones para hacerlo, y ya no tenemos por qué depender de lo que hagan o dejen de hacer los países del Norte. Esto implica, por supuesto, vigorizar y fortalecer los espacios de integración regional como la Unión de Naciones Suramericanas –UNASUR- y la Alternativa Bolivariana para América Latina y El Caribe –ALBA-.

Sin embargo, en el ámbito global debemos promover la creación de una coordinación de dimensión planetaria basada en un consejo monetario constituido con criterios claros de representación y rendición de cuentas que respalde con una emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG) los nuevos compromisos cambiarios y arreglos institucionales regionales.
Esta emisión de DEG, postergada durante décadas por las grandes potencias del Norte, contribuirá a romper el monopolio de provisión de liquidez que garantiza la unipolaridad del dólar estadounidense y el accionar asimétrico del Fondo Monetario Internacional.

Más todavía, si logramos que estos Derechos Especiales de Giro, con los cambios institucionales necesarios, se canalicen a través de organismos multilaterales regionales o entidades encargadas de tareas urgentes, como la FAO, el PNUD y el PNUMA, evitaremos que el FMI reedite la relación de asimetría que le ha permitido imponer condiciones a nuestros países, lo que será inevitable si se deja que la recapitalización propuesta por el G-20 no esté acompañada de un cambio total en la gobernanza de esa entidad. En este escenario, mientras se decide una gobernanza alternativa, todos los recursos nuevos que entreguen al FMI deben integrar a una nueva facilidad de emergencia, ágil y sin las condicionalidades del ajuste tradicional.

La administración de esta facilidad debe responsabilizarse a un directorio diferente, como el que ya tiene el Fondo Global del Ambiente
dentro del Banco Mundial. Debemos intensificar nuestra presión para exigir que la capitalización mediante Derechos Especiales de Giro de esas entidades del sistema de Naciones Unidas, sirva para atacar con más recursos los problemas alimentarios, de cambio climático y del desarrollo en los países del SUR. La emisión de estos Derechos Especiales de Giro debe ser inmediata, y el 60% de ella que corresponde a los países desarrollados, puede destinarse a cumplir, aunque sea parcialmente, ese 0,7% del PIB que ofrecieron desde los años 70 dedicar como ayuda al desarrollo, políticas contra-cíclicas y políticas de lucha contra la pobreza. De paso, esto también nos ayudará a escapar de las restricciones de liquidez impuestas por la unipolaridad financiera.

El imperativo de redefinir el orden financiero mundial, desquiciado por la especulación y el privilegio, también se justifica desde una visión de derechos humanos. En el nivel global, los seres humanos tenemos menos derechos que el capital, gracias a los tratados bilaterales de inversiones, a sistemas de arbitraje internacional regulados en el CIADI por el Banco Mundial y
la Organización Mundial de Comercio.

El derecho a la vida, a la salud, a la educación de nuestros pueblos, al buen vivir, al Sumac Kausay, como dicen los pueblos ancestrales de mi Patria, está por sobre el interés de los especuladores internacionales de Wall Street. Si este principio mínimo se considera insubordinación, que así sea. Ecuador ha logrado anular su deuda comercial ilegítima. Con una inversión cercana a los 900 millones de dólares, hemos evitado un pago de capital más intereses de casi 9.000 millones de dólares, de aquí al 2030.

La historia del subdesarrollo, la dependencia y dominación del Ecuador y América Latina, también es la historia de la deuda externa. Los bonos, las renegociaciones, las políticas condicionadas, los contratos de deuda, han sido los modernos mecanismos de dominación personal mediante el endeudamiento forzado y hereditario, que en América Latina recibió el nombre de concertaje. Tales mecanismos han sido también, en nuestro tiempo, los instrumentos con los que los centros financieros del capitalismo industrializado han sojuzgado a nuestros pueblos; y, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, las Bolsas de Valores sin controles, son los modernos encomenderos, verdaderos traficantes insaciables de riqueza a costa de la educación, la salud, el alimento de nuestros niños que, en un 26% padecen de desnutrición crónica; a costa de la paz, el bienestar y la propia vida de millones de compatriotas, de hombres y mujeres nacidos esclavos de una deuda ajena.

En mi país, el Gobierno de la Revolución Ciudadana se propuso, desde el primer momento, solucionar definitivamente el dogal de la deuda externa; y, coherente con su promesa y su propuesta, con una convicción profunda lo hizo y ahora puede declarar al Ecuador libre de deuda comercial externa ilegítima, y esta declaratoria será un homenaje al Bicentenario de la Independencia, y una manera de honrar la memoria de nuestros héroes: Bolívar, Alfaro, Sucre y Manuela.

Cómo lo hicimos? Por primera vez en la historia un gobierno organiza una comisión auditora de la deuda. El informe de dicha comisión, sirvió para declarar ilegítima la deuda por todos los dolos, fraudes y estafas que en su origen y desarrollo se encontraron. En base a esto, se decidió unilateralmente la suspensión de pagos, y luego, un inteligente mecanismo y propuesta de recompra con un importante descuento que eliminara la principal fuente de ilegitimidad de dicha deuda: los sucesivos sobreprecios a los que se había renegociado. Usar mecanismos de mercado para renegociar? No seamos ingenuos, detrás de esa deuda hay poderes explícitos, y eso fue precisamente lo que contrapuso Ecuador a esos poderes perversos: el poder popular de todo un pueblo que quiere ser libre.

Las auditorias de deuda deben ser una norma, y no casos de excepción. Incluso el G20 propuso, en noviembre de 2008, como un tema prioritario la recuperación de la ética y la transparencia en las finanzas internacionales.
No nos cansaremos de reivindicar el derecho de todo ser humano a la libre movilidad en todo el Planeta. La reducción de las remesas solo es la expresión monetaria de la discriminación social y de las restricciones al empleo de los trabajadores migrantes. Exigimos, una vez más, la eliminación de toda medida discriminatoria en su contra, y el goce pleno del derecho a la ciudadanía universal, reconocido en nuestra Constitución Política, porque, como lo hemos expresado en otros foros, para nosotros no existen seres humanos ilegales; lo que existe es prácticas ilegales e inmorales, como el racismo, la xenofobia, y, de otro lado, el coyoterismo y la explotación.

Todo esto para superar patrones de producción y consumo depredadores. Proponemos tratar el cambio climático de una manera diferente. Ya no tenemos tiempo para seguirlo haciendo en el nivel meramente declarativo. Ya es hora de enfrentar el problema en forma técnica, y, sobretodo, en forma política, inaugurando nuevas lógicas económicas que compensen la generación de valor y no solamente la generación de mercancías. En realidad, esto inaugurará la justicia económica, promoverá nuevos mecanismos de redistribución de la riqueza en los patrones de producción y consumo y un verdadero cambio en la correlación de fuerzas a nivel mundial.

La semana pasada presentamos en Europa, más concretamente en el Parlamento alemán, nuestra Iniciativa Yasuní-ITT, que nos obligará a no explotar reservas de petróleo cercanas a los 850 millones de barriles para evitar emisiones de CO2 y la contaminación asociada en una de las regiones de más alta biodiversidad del mundo y en donde habitan dos pueblos en aislamiento voluntario, a cambio de una compensación del resto del Planeta. Este es un primer paso para convertir a mi país de exportador de petróleo, en un país exportador de servicios ambientales, lo que podría inaugurar una nueva era en la política energética global.

La experiencia europea en este campo, el del mercado de carbono, es muy alentadora, pero insuficiente. La iniciativa Yasuní-ITT es un concepto mucho más completo: compensar por la contaminación evitada, esto es, por la conservación de valores de uso, como el medio ambiente.

Luego de la crisis de 1929, la mayoría de países de América Latina emergieron con aparatos públicos más activos y fuertes, que les ayudaron a mantener tasas de crecimiento estables hasta la década de los años setenta del siglo pasado. No debemos repetir el error cometido luego de 1982, cuando desde el Centro se nos obligó a responder a la crisis de la deuda paralizando nuestros aparatos públicos para, supuestamente, cumplir una política fiscal óptima, suficiente para honrar una deuda externa manipulada por ellos mismos.

En América Latina y en general en el mundo en desarrollo tenemos la plena capacidad creativa, técnica y política para promover nuestras propias respuestas, sin necesidad de apoyarlas o impulsarlas en propuestas extrañas a nuestras regiones, como sucedió, con el supuesto Consenso de Washington, al que no sé por qué le llamaron consenso, si jamás le consultaron nada a América Latina.

Nuestros pueblos no merecen menos que lo que están exigiendo los electores de los países ricos. Estas exigencias ya se han expresado en drásticos cambios de sus políticas públicas: (1) una regulación financiera con más controles para los fondos de inversión y mayor coordinación internacional; (2) regulación de los mercados internacionales de bienes y de la subcontratación; (3) una nueva política industrial comprometida con el fomento de industrias ambientalmente más amigables; y (4) políticas sociales universales, es decir cobertura para todos los ciudadanos y desarrollo de programas públicos de aseguramiento.

Esta Conferencia debe ser el punto de inflexión hacia el fortalecimiento del papel de las Naciones Unidas en la gobernanza mundial, para avanzar hacia una verdadera democratización de las relaciones internacionales, empezando por cambios sustanciales de las instituciones financieras.

Estimados jefes de Estado, de Gobierno, Ministros, y representantes aquí presentes el resultado final de esta conferencia histórica no acoge todas las expectativas que tenían nuestros países.

Hemos enfrentado una gran resistencia a traer este tema al seno de este Parlamento de la Humanidad que es la Asamblea General de las Naciones Unidas, foro universal y democrático.

Sin embargo, es mérito de la misma haber marcado el inicio de un proceso de acuerdo político para reformar integralmente el sistema financiero internacional vigente, gracias al compromiso que todos los países están asumiendo aquí y ahora. Es indispensable ahora definir los cauces institucionales de concertación, de diálogo y monitoreo de lo que aquí se decida.

Es en el entorno y arbitrio de este G-192 donde debemos discutir las soluciones integrales, equitativas y democráticas a esta crisis originada, como casi siempre, en la codicia y el desdén.

Somos los distintos quienes debemos orientar el mundo convulsionado de hoy.

El tiempo apremia, tenemos que avanzar hacia modelos de sociedad que pongan por delante el bienestar humano por sobre los intereses del capital y que respeten los límites que nos impone la naturaleza. Eso solo se hace con la necesaria voluntad política, con una nueva ética de convivencia planetaria, y con un profundo proceso de descolonización del pensamiento. Y también con la irrestricta defensa de la soberanía. Nuestra respuesta colectiva a los coletazos imperiales es, una vez más, la solidaridad, y nuestra fuerza inagotable se basa en la unidad de los pueblos, la unidad de los pobres, la unidad de los distintos.

¡Hasta la victoria siempre!

RAFAEL CORREA DELGADO
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR

NEW YORK, JUNIO 25 DE 2009

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