viernes, 30 de diciembre de 2011

Congreso de ratones

lunes, 12 de diciembre de 2011

Salir de la crisis



Una crisis sistémica. Así se ha definido el tipo de crisis que –a nivel global- estamos sufriendo. Todos los días la mayoría de las noticias en portada de los medios de comunicación se refieren, directa o indirectamente, al panorama crítico que nos acontece. Imposible lograr un respiro ante tanto acoso informativo. Convertimos el entorno en que vivimos en una especie de territorio hostil en el que todo suena a crisis, riesgo, deuda, quiebra… Mientras tanto, la publicidad nos sigue vendiendo ese mundo feliz de consumo sin pausa exhortándonos -sin excusa- a comprarlo todo. Pero el doble juego del sistema ya se está quedando obsoleto. La mayoría de las personas comienzan a comprender que no son felices consumiendo más y, sobre todo, haciéndolo a costa de entrampar sus vidas, tiempo y esperanzas  reales. Pues nos han acostumbrado a proyectar esperanzas ficticias, que sólo han añadido más estrés e incomodidad (haciéndonos comulgar a fe ciega con eso de: a mayor consumo, mayor calidad de vida). Muchas personas se preguntan si la vida es realmente eso, si merece la pena enfocar un recorrido vital (limitado por otra parte) de este modo. Hay quienes pronostican, por ello, que el éxodo urbano a las ciudades será una de las grandes alternativas de vida en el futuro. Lejos del ruido infernal de las masas urbanas, allí donde el canto del gallo marque el único y primer sonido reconocible del alba. ¿Quién no ha soñado con despertar cada día lejos del ajetreo cotidiano en bucólicos hogares de chimenea o con tardes interminables en que sólo acontece el resbalar de la nieve tras la ventana? Hoy día, que el tiempo nos absorbe y apenas sacamos un par de horas a la semana para nosotros.

Lo que sí va quedando claro es que no todo el mundo quiere seguir viviendo así. Y que, además, el sistema no lo soporta. Albert Einstein, que también habló de la crisis, pues antes, durante y después de la II Guerra Mundial todo era crisis, nos dio muy buenos consejos, de esos que provienen no de la docta y hueca erudición sino de la llana sabiduría, que merecen ser tenidos en cuenta. Nos dijo que no podemos pretender que las cosas cambien si hacemos siempre lo mismo y que no es adecuado ver la crisis de un modo pesimista y derrotista porque de esa manera sólo dejamos patente nuestra propia incompetencia. El físico alemán nos asegura, por el contrario, que los tiempos de crisis son tiempos de oportunidad, de nuevos retos, de espacios donde dejar aflorar la creatividad. Cito ahora sus palabras textuales: “Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla”. Aquí Einstein apunta al centro de la diana y da de lleno.

Hoy en día oímos por todos lados hablar de la crisis (como si interesara a alguien que nos convenzamos de ello por algún extraño motivo) al tiempo que nos piden también por todos los frentes que vivamos como si nada pasara, consumiendo y construyendo ese proyecto de vida feliz basado en un omnipresente materialismo existencial. Sin embargo, ese “trabajo duro” al que alude Einstein no puede ser en la misma dirección poco fructífera de siempre. He aquí el reto que se nos plantea: mirar más allá de las viejas fronteras que hasta hoy nos cegaban y limitaban, haciendo uso –por el contrario- de la inventiva y creatividad humanas para construir el mundo que verdaderamente queremos. Como entonara un célebre cantautor: “No sé qué quiero, pero sé lo que no quiero”. Esta es una buena opción constructiva para empezar, eliminando aquello que, por experiencia, sabemos nos perjudica. Una sociedad enferma, insana, no es una causa sino una consecuencia. La causa somos nosotros, afortunadamente; pues esto indica que tenemos el timón de nuestro destino y la posibilidad aún de cambiar el rumbo, antes de que sea demasiado tarde. Afirma la sabiduría popular que el pesimista maldice el viento, que el optimista espera a que mejore pero que, el realista, dispone correctamente las velas, tomando así este último la decisión adecuada. No es otra cosa lo que la historia espera de nosotros,  que miremos en la dirección acertada, que no rememos contracorriente y que sepamos enderezar el barco a tiempo cuando la tempestad venga de frente. 

José Manuel Martínez Sánchez

domingo, 4 de diciembre de 2011

Un ejemplo de la manipulación informativa del PP

El PP es, sin duda, el partido que mejor manipula la información. Para ello cuenta con agencias de prensa, medios y profesionales expertos en esas lides, tales como la Agencia EFE, ABC, El Mundo, La Razón y otros de sobra conocidos. Puede parecer increíble que un partido que no ha explicado su programa electoral haya ganado por mayoría absoluta, pero es así.

El penúltimo ejemplo de manipulación pepera me lo encontré por casualidad buscando noticias de información económica. Dí con este titular de La Verdad: "El Gobierno regional suprimirá la bonificación del Impuesto de Patrimonio". ¿Cómo? ¿Que el PP va a suprimir los beneficios fiscales que obtienen los ricos con el famoso Impuesto de Patrimonio? ¿Es posible que los ricos del PP hayan tomado conciencia y quieran contribuir a paliar los efectos de la crisis pagando el impuesto que antes se les había regalado?¡No me lo podía creer!.

En la web me fijé que el artículo provenía de la Agencia EFE. Seguí leyendo y el primer párrafo rezaba: "El Gobierno de Castilla-La Mancha ultima un nuevo paquete de medidas para tratar de paliar la situación financiera de la comunidad -que, según sus previsiones, terminará 2011 con un déficit del 9,7 %- entre las que se incluye la supresión de la bonificación del Impuesto de Patrimonio." La cosa prometía, parecía ser que sí, que los ricos iban a pagar más y esa medida iba a ser tomada nada más y nada menos que por su propio partido, el PP.

Y decidí seguir leyendo el resto del artículo para saber más. Y resulta que no decía nada más del impuesto de patrimonio. Eso sí, habría un mejor tratamiento fiscal al juego, también hablaba de las dificultades del gobierno regional para pagar las facturas pendientes, del retraso del calendario de dichos pagos, de del mal llamado Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos y otras cosas, pero del impuesto de patrimonio, nada de nada. Ni una sola mención a lo que decía el prometedor titular.

En resumen, esta nueva forma de manipular consiste en poner un titular llamativo aunque falso, repetirlo en el primer párrafo y no decir absolutamente nada en el grueso del artículo. Es lógico, la mayor parte de las personas nos quedamos con los titulares, rara vez leemos más allá del primer párrafo y mucho más extraño es que nos leamos el artículo entero.


Aquí os dejo el artículo para que lo comprobéis por vosotros mismos.

Paradojas de la felicidad



Ser feliz es el gran objetivo humano, la razón de ser y el impulso con el que se mueven todas las emociones. Felicidad, entendámosla así, como un deseo o motivación hacia la consecución del placer. Toda acción, incluso una altruista que parezca que en nada beneficia al que la comete, es el resultado de una expectativa de logro de algo. El altruista sentirá su deseo de dar satisfecho, y el egoísta su deseo de recibir. Hasta aquí parece que la cuestión de la felicidad se ha resumido en algo muy sencillo: una sensación de satisfacción. Vemos, según este punto de vista, que ser feliz es entonces una consecuencia, pues si fuera un fin –como en la paradoja de Aquiles y la tortuga, partiríamos siempre de la desventaja de una insatisfacción ‘que desea’ ser satisfecha: donde la ilusión de esa necesidad  impediría –por su condición deficitaria- el vislumbre de una ausencia real de necesidad. Partiendo de estos postulados concluimos que la felicidad de ningún modo puede ser un fin y que, precisamente, cualquier estado de felicidad consistiría en no necesitar de ella (como ya concluyó Séneca).

Un lúcido filósofo y economista francés, Serge Latouche, ha realizado una afirmación que, tal y como hemos visto, no dejaría de sorprendernos según cualquier precepto de sabiduría clásico; pero sí a la luz de nuestro antagónico mundo capitalista. El citado filósofo –entre otras cosas- ha afirmado que “la gente feliz no suele consumir”. Por esta razón nos invita a ‘vivir con menos’ y ha considerado el “decrecimiento” como una alternativa al capitalismo. Ir hacia atrás de algún modo en contra del engañoso “desarrollo sostenible” que no deja de ser otra forma de referirnos a un consumo imparable. La ansiedad colectiva del desarrollo puede apreciarse con los aparatos electrónicos, cuya obsolescencia es cada vez más veloz. Casi todo lo que consumimos viene ya con fecha de caducidad inmediata. El masivo consumo no es el mal en sí, lo es la causa de éste: la creciente insatisfacción patológica que sufre el ser humano.

El referido Séneca y otros estoicos, empezando por su fundador Zenón, afirmaron que una persona feliz es quien acepta completamente lo que es y, en ningún modo, desea ser lo que no es. Sin embargo, pasados los siglos, hemos constatado que nuestra sociedad ha preferido jugar a ser lo que no es, a alejarse de la naturaleza, de la vida espontánea y sencilla, escogiendo un escenario de artificialidades fútiles. Hemos ido adquiriendo necesidades cada vez más antihumanas, hasta el punto de que muchas enfermedades son el resultado de este modo de vida (contaminado). La raíz de este problema es que realmente uno no sabe ya lo que quiere, que la sociedad ha establecido un modo de vida, autodestructivo, del que es inevitable participar. Por eso, la aseveración de Latouche así como cualquier otra que nos haga tomar una pausa para respirar y pensar detenidamente acerca del modo de vida que llevamos, es de agradecer en estos tiempos de absentismo moral. Hoy en día cualquier postulado moral serio y decente parece ir en contra de los intereses del mercado y del sistema, lo que es razón de más para estimar la gravedad del asunto, para reflexionar sobre el laberinto en que nos hemos metido. Cito de nuevo a Latuoche: "Vivimos fagocitados por la economía de la acumulación que conlleva a la frustración y a querer lo que no tenemos y ni necesitamos".

El deseo es el pecado original de la falsa felicidad. El autoengaño en que más incurrimos los humanos en nuestra búsqueda común e innata de la felicidad. Orientar esta búsqueda hacia dentro en vez de hacia fuera sería el primer paso hacia un encuentro real con nosotros mismos. De no ser así, es probable que vaguemos todo el tiempo por la vida en busca de una sombra que nunca conseguiremos atrapar o a través de un sueño del que jamás despertaremos. Aterrizar en la verdad supone concluir un imaginario vuelo a los abismos de un deseo infinitamente insatisfecho. “Despertar (ha escrito el Premio Nobel de Literatura Tomas Tranströmer) es un salto en paracaídas del sueño”. Una vez que se despierta el sueño ha quedado atrás para siempre, comprendiendo su ilusoriedad. Aterrizar en la verdad, tomar tierra en uno mismo, es ya presenciar la felicidad. Comienza así el camino no hacia la felicidad, sino del hombre feliz.


por José Manuel Martínez Sánchez