
La virtud que reivindicaron los estoicos, buscando vivir de acuerdo a la naturaleza (vivere secundum naturam), como también propuso Emerson, era simplemente decir al hombre que recuperara su cordura y mirara de frente a su mundo, a la vida. Para Boecio la felicidad consiste “en un estado, perfecto por la reunión de todos los bienes” teniendo en cuenta que “el error los desvía haciéndoles buscar bienes falsos y aparentes”. Es cuestión, por tanto, consabida, el desvarío humano en busca de su propio bien, pues no es otra cosa la felicidad, el vivir conforme al propio bien. Eso es la virtud, acertar en el uso del bien adecuado. Todo propósito ético anhela ese acierto. Y, sobre todo, que salga de sí mismo, de forma ‘natural’. Eso es vivir conforme a la naturaleza, a su virtud. Así, el hombre, siguiendo a Spinoza, puede “conservar su ser”, saber que es él mismo quien vive y hace de acuerdo a su ser, que es, en definitiva, lo que desea ser y lo que tiene que ser. La utopía individual, que no sólo busca el bien propio sino el común, pero que sabe que todo ha de partir de uno mismo y ser uno muestra o ejemplo de una verdad representada en el individuo, convendría como principio de toda felicidad social, pues no puede hacerse teoría de aquello que en su práctica resulta lo contrario (comunismo). Primero está el individuo, que sea íntegro por sí mismo. Los griegos llamaron ‘héroes’ a este tipo de hombres, pero no hace falta irse tan alto, pues de héroes y de superhombres de Nietzsche también algunos buscaron la praxis y salió lo más horrible (nazismo). No es necesario el héroe, sino únicamente alguien que aspire al bien y sepa lo que el bien es, pues seguramente el hallazgo de esa búsqueda sea la felicidad.
El hombre siempre irá al encuentro de la felicidad, es su naturaleza, así se desenvuelve su peregrinaje vital, con acierto o infortunio, anda siempre en ese camino. Como todo lo natural, pues de eso estamos hechos, las aguas terminan por volver a su cauce. Las tristezas de hoy posiblemente sean las alegrías de mañana, en esa historia de la evolución donde parece que a paso de hormigas vamos aprendiendo ciertas cosas y olvidando otras muchas. Ya sólo nos conformamos, aunque Fidel Castro no está tan seguro de que sea así, con que no se vuelva a repetir lo de Hiroshima y Nagasaki, ni cosas parecidas. Es, por tanto, una necesidad la felicidad, un imperativo, no sea que de tanta infelicidad todo esto termine en una gran tragedia nuclear, acaso por aburrimiento de los que creen que ya lo tienen todo.
por José Manuel Martínez Sánchez
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