domingo, 5 de diciembre de 2010

Estado e infamia

Las sorprendentes filtraciones de Wikileaks nos confirmar la imposibilidad de confiar en quienes nos gobiernan reflejando claramente lo que ya todos sabemos: lo que se muestra a los ciudadanos y lo se hace en la sombra es radicalmente distinto. La verdad no interesa cuando hay intereses en la mentira, cuando se descubren los hilos que tejen una estructura de poder mucho más sombría de lo que podemos imaginar. Más allá de las filtraciones que salgan a la luz en Wikileaks, unas más relevantes que otras, la cuestión que resalta, el tema de fondo, es si una sociedad solamente puede conocer la verdad a través de actos de espionaje, como se han calificado, y por qué no es legítimo que todo lo que estamos conociendo llegue de forma natural y directa al ciudadano. Enseguida vendrán las cuestiones de seguridad interna y diplomática para excusar las faltas de un poder que abusa de su capacidad de mando, conferido por los ciudadanos en acto democrático, conformando –sin embargo- un gobierno como los de antes, aquellos absolutos que cínicamente lo hacían todo por el pueblo pero sin el pueblo. Todo esto ha venido en un momento en el que la seguridad económica y social de las personas también está siendo puesta entre paréntesis, abogando por un recorte de gastos, de austeridad, que consiste en asfixiar a los que menos tienen para dar un desahogo a los que más tienen: el mercado financiero. Por ello, el llamado ‘estado de bienestar’ está desapareciendo paulatinamente, diciéndonos que la única solución pasa por la privatización de todo, para que sigan siendo ricos los que siempre lo fueron.


El Estado lleva el camino de convertirse en una empresa más, envuelta en intereses, como nos muestra Wikileaks, que nosotros apenas soñamos sospechar. Así ha ocurrido en el conflicto del Sahara Occidental y Marruecos, donde se mira para otro lado, a pesar de la evidente violación de los derechos humanos por parte de Marruecos, solamente porque no conviene geo-estratégicamente o como se quiera llamar, que siempre será el mismo nombre con distintos sinónimos, esto es, el dinero. Y en las estructuras actuales el dinero siempre llega a los mismos, empezando por los bancos que luego lo reparten con intereses esclavistas. Ese caballero poderoso lo sigue moviendo todo y nos muestra las miserias de un poder que corre tras él sin mirar lo que va arrasando a su paso. La ciudadanía vive ajena a las circunstancias del mundo, simplemente tiene el derecho a mirarlo a través de la ventana del televisor y cada vez comprende menos qué ocurre, porque ve que lo que se hace no va con ellos nunca. La ciudadanía deposita el voto y por ello, lo que el poder piensa es que merece ser engañada ejemplarmente, con la mejor campaña publicitaria y de frases hechas que pueda decantar o mover el voto en una dirección u otra, pero, como bien sabemos, eso es lo que menos importa, esa farsa de los partidos políticos, la cortina de humo del poder real, ya no se la cree nadie. Un argumento defendido por uno pasa a la boca del contrario en menos de lo que canta un banquero en sugerirlo o tras un mal día de bolsa. Como siempre, los filósofos ya sabían esto hace tiempo y sus palabras parecen haber sido escritas hoy mismo, como en el caso de Schopenhauer, quien define al Estado como: “esa obra maestra del egoísmo inteligente y razonado”. A propósito de Wikileaks también nos valen las siguientes palabras de Schopenhauer refiriéndose a cuando queda en evidencia lo que oculta el Estado: “se verán estallar a la luz del día los apetitos insaciables, la sórdida avaricia, la falsedad secreta, la perversidad, la perfidia de los hombres”. No queda mucho más que decir, la infamia está servida desde hace mucho tiempo en la forma de una gran pantomima que sufrimos cada día esperando que alguien nos redima de la fatal soga que dirige nuestras vidas, es decir: la estructura del poder organizado, la mafia legal cuyos juegos en la sombra cincelan el mundo en que vivimos. La verdadera infamia ha sido decir que había una crisis cuando lo único que había era una necesidad imperiosa de mayor poder y control sobre el individuo.


por José Manuel Martínez Sánchez

http://lashorasylossiglos.blogspot.com


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